sábado, 24 de junio de 2017

Un trato de reconciliación con la creatividad

Cuando comienzan a proliferar las limitaciones, lo primero que cercenamos, sin lugar a dudas, es a la creatividad que vive en todos y cada uno de nosotros. Muchas veces, las actividades que nos hacen más feliz, quedan desplazadas a un segundo plano, a un tercero, a un cuarto, o quizás ni siquiera figuren en nuestra lista.
Dragon, de Joel Robinson
Pero qué pasa si les digo que la creatividad es una herramienta fundamental para el ser humano; que con ella creamos posibilidades y soluciones, puentes hacia caminos escondidos y torres hacia terrenos elevados. La creatividad no es sólo cuestión de artistas, de colores, formas o letras; es una presencia que llega con nosotros cuando nacemos, pero que, gran parte del tiempo, olvidamos en el camino del crecimiento.
Lamentablemente, para muchas culturas, la presencia creativa es una distracción hacia una vida de normas, una vida estructurada que nos debería mantener en una línea recta. Lo que muchas veces no se entiende es que la creatividad no es sinónimo de caos, aunque sí un sinónimo de explosión de ideas. El crecimiento de la civilización está sujeto a la creatividad de sus individuos, y ésta no está apartada sólo para los que se consideran la élite de la misma. La creatividad no se define por estratos sociales.
Para todos aquellos que han convivido alguna vez con un niño, o para los que recuerdan su propia niñez, vale la pena preguntar, ¿en qué momento estos le ponen trabas a la imaginación, en qué momento algo se convierte en un imposible para un niño? La respuesta sería probablemente, cuando intercede un adulto.
Esta mente limitada que muchas veces nos aflige es el comienzo del encogimiento, el momento crítico en el que todo parece estar cerrado y sin salida. La deliberación o quizás la ensoñación, es la búsqueda de lo que innumerables veces se nos pierde. Y qué rápido apuramos a nuestros hijos a enfocarse en el mundo, a dejar de soñar despiertos para que vuelvan a la “realidad.”
Uno de los grandes problemas de nuestra educación es que le damos a nuestros niños un ultimátum en la vida, se vive para trabajar y para ganar dinero; pero se nos olvida que lo fundamental en la vida es vivir feliz y pensar en grande, porque mientras más grande sea la idea, más posibilidades tendremos de explotar nuestra creatividad y palpar finalmente su realización.
Con esta reflexión sólo les pido recordar el mejor momento de su niñez, cuando todavía todo era posible, reencuentren esa creatividad que muchas veces se esconde en los rincones y hagan un trato de reconciliación.
¿Cómo empezar? Hagan una lista de lo que les gustaría hacer en su vida y cómo lograrlo, no importa la edad que tengan, o las dificultades en las que se encuentren; poner por escrito esas ideas podría detonar posibilidades. Llevar un diario de apuntes en los que expresen sus ideas, sueños o incluso pequeños proyectos, es también una maravillosa idea para revivir poco a poco ese proceso creativo. Lo más importante de esto no es aferrarnos a un resultado, es, simplemente, disfrutar el camino y admirar la vista.

Dejemos entonces que nuestros niños hagan lo mismo, no les hablemos de obstáculos que creemos funcionaron para nosotros, porque nuestras vidas no tienen que ser las de ellos. La creatividad es inherente a todos, no le restemos importancia a aquello que podría cambiar al mundo.

viernes, 16 de junio de 2017

De mano en mano con la solidaridad

5 Generationsde Maree Turner
Para muchos de los que vivimos fuera de nuestros países, la falta de solidaridad, aunada con la soledad, pueden convertirse en nuestro peor enemigo. El cambio de idioma y cultura pueden disparar una reacción en cadena de quejas y arrepentimientos. Nos apoyamos entonces en la solidaridad de la persona ajena, en salir de nuestra zona de confort para encontrar el alivio necesario. Pero qué pasa cuando es en nuestros países que esta solidaridad se deteriora hasta el punto que es irreconocible, qué pasa cuando ésta se ve cubierta por el miedo a la inseguridad, por el miedo a lo desconocido, por la necesidad de llegar primero que el otro y de tener más que él.
Se dice que la solidaridad es el “apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles,” por ello, desde mi punto de vista, la falta de ésta es el comienzo del aislamiento y la soledad; y la soledad, se dice, es uno de los estados más peligrosos, la puerta a enfermedades como depresión; problemas físicos, mentales o emocionales; y, a la larga, la posible causante del colapso de una sociedad.
Hace poco escuché el caso de una mujer cuya demencia la llevó a salir de su casa y a perderse en su vecindario. El factor mortal que la llevó a su muerte, fueron los -20C que en ese momento azotaban a la región; sin embargo, lo que realmente acabó con ella, fue la falta de ayuda de sus vecinos, quienes escucharon los gritos de auxilio, los golpes a sus puertas, las alarmar de los carros encenderse con desesperación, pero nadie, nadie, fue capaz de asomarse y preguntar qué causaba tanto alboroto.
Situaciones parecidas se despiertan cada día al otro lado de nuestras ventanas, o incluso de nuestro lado, pero el miedo a enfrentarlas es muchas veces más fuertes que nosotros mismos. En esos momentos valdría la pena recordar que lo que hagamos por otros es lo que nos gustaría se hiciese por nosotros.
No esperemos sólo una situación desesperada para extender una mano, pues de mano en mano construimos un mejor mundo. En vez de activar una reacción en cadena de odios y depresiones, activemos una cadena que vaya de la mano con la solidaridad.
Bien suponemos que la familia y los amigos son piezas invaluables de nuestro día a día, y aunque no siempre queramos verlo, estos conforman el rompecabezas de nuestras vidas. Aunque estén lejos, el saber puedes contar con ellos y viceversa, crea un soporte de alivio, pero no hay nada más cruel que estar rodeado de personas que, metafóricamente hablando, están ciegas, sordas y mudas a las necesidades del otro. Sólo ten en cuenta que uno de estos ciegos, sordos y mudos puedes ser tú.
Entonces pregunto, qué tan dispuestos estamos a abrir nuestras ventanas y a preguntar ¿qué pasa?; qué tan dispuestos estamos a salir de nuestra zona de confort para ayudar a aquel que quizás piensa diferente a nosotros, pero que igual necesita ayuda; qué tan dispuestos estamos de quitar el pie que va a pisar o de retirar la mano que va a quitar para que ese otro sobreviva aunque sea un día más; qué tan dispuestos estamos a transformar a la soledad crónica y al egoísmo en una fuente de acercamiento hacia las personas que nos necesitan.

Recordemos que la solidaridad es la base para una sociedad fuerte, que llena poco a poco, y de mano en mano, los espacios vacíos de la soledad y el egoísmo con momentos de reconocimiento mutuo y de comunión. La pregunta es: ¿qué tan atentos estamos hoy a las manos del otro?