Haz de tu vida
un lugar sagrado, un lugar donde observes tus propias acciones, los momentos maravillosos
y los tumultuosos, aquellos que escaparán de tus manos y cuyas consecuencias
serán diferentes a las que imaginaste. Hacer tu mundo sagrado es observarte con
fascinación, amar al niño que una vez fuiste, amar la persona en la que te has
convertido.
Picture by Josh Bulriss |
Un lugar sagrado no es un sitio de perfecciones, es un sitio de
aceptaciones, de mirar como ese mundo se desarrolla frente a ti mientras te
dejas llevar por la marea que lo cambia todo. Ser el creador de tu mundo
sagrado es observarlo de cerca, prestar atención a los detalles, aceptar incluso
los momentos de desolación que parecen ahogarte.
Haz de tu mundo
un lugar sagrado. En los momentos de imposible dolor, en los que te sientes aplastado
por las frustraciones u olvidado por las personas que amas, mira al cielo, no
estás solo. Hacer sagrados estos momentos es honrarte a ti mismos, es escucharlos
y darles una voz; deja que te hablen, deja que se vayan. Acepta las
desolaciones, el dolor profundo en tu pecho, pídele ayuda a la tierra que siempre
estará allí para sostenerte.
Haz sagrado al
cuerpo que cubre tu espíritu, al cuerpo que recibe el calor del sol y que respira con la
madre tierra; observa el pálpito en tu pecho, la expansión de tus pulmones, la
oportunidad que trae un nuevo día, porque un día es una página esperando
momentos sagrados para llenar los espacios en blanco.
No podemos responder
por el mundo, por los actos que nos hacen sufrir y que escapan de nuestras
manos, pero en cambio podemos hacer de nuestras propias vidas un lugar sagrado,
en el que podamos observar lo que hace feliz a nuestros corazones, donde
estemos agradecidos por la tierra bajo nuestros pies y por la calidez del sol
sobre nuestros rostros.
Honra a tu vida
con tus agradecimientos y tristezas. Haz de tu mundo un lugar sagrado.