La violencia es
un círculo vicioso del que sólo podremos salir si damos un paso afuera, como
los juegos de saltar la cuerda. O nos quedamos saltando hasta que se nos caigan
las piernas y desfallezcamos, o hacemos una pausa para ver la vida desde otra
perspectiva.
Ojo por
ojo, dice el Antiguo Testamento, y no por decirlo allí se ha practicado, se
practica porque nuestro instinto nos lleva a olvidarnos de todo y a buscar la
solución que nos parece más lógica.
La respuesta parece
fácil para aquellos que no han experimentado este tipo de violencia o guerra o,
al contrario, podría parecer lógica. Personalmente, no considero la violencia como
un signo de fuerza enorme, porque la violencia es un instinto básico animal: defenderse
o morir; sin embargo, el detenernos un momento y analizar nuestras opciones y
las consecuencias es netamente humano, eso es lo que nos diferencia de otras
especies animales.
Más de un camino
El luchar por
los derechos esenciales del ser humano no necesariamente va de la mano con la
violencia, ese es sólo un camino que se
decide tomar, pero no es el único que existe; esto lo discutí en uno de mis
escritos anteriores, titulado “Escalarlas rabias o descender de ellas.” Siempre
hay otras posibilidades, siempre están las opciones más pacíficas.
Muchas veces es
más común decir, si tú matas a mi familia yo mato a la tuya; los sobrevivientes
dirán lo mismo, y así sucesivamente. Así muy pronto nos quedaremos sin nadie.
Pero ¿qué pasa cuando uno de los eslabones se rehúsa a seguir derramando sangre,
o cuando ya está cansado de la persecución? La cadena se rompe, o por lo menos
es más probable que lo haga, dándole así a la paz una oportunidad para
levantarse entre tanta muerte.
La paz no es sinónimo de pasividad e
indiferencia, es una fuerza creadora a través del reconocimiento de nosotros
mismos en los otros; eso no quiere decir que nos olvidemos de nuestros
derechos.
La elección
Creo que estamos
muy lejos de que la violencia y la guerra desaparezcan por arte de magia.
Aunque todos sepamos que es uno de los componentes que más hiere a nuestra
sociedad, es difícil dejar de mirarla, sobre todo cuando está en todas partes:
en las calles que caminamos, en las personas que nos rodean, en las pantallas
que miramos. Descubrir ese balance parece casi imposible.
Empecemos,
primeramente, a ver la paz como una realidad, no como una esperanza lejana a la
que perseguimos sin ánimo de alcanzar. Las guerras no duran para siempre, el
poder puede intentar quedarse en su puesto por mucho tiempo, pero el para siempre no está contemplado en la
ecuación. Todo ciclo tiene un comienzo y
un fin, incluso para la raza humana.
Una vez que la
simple posibilidad sea una realidad en nuestras vidas, es más lógico que la veamos
materializarse poco a poco. No importa que seamos unas cuantas gotas al
comienzo, formemos una ola en el océano revuelto,
una ola de calma y de fuerza que se extienda paulatinamente.
Tratemos por lo
menor de comenzar a buscar esa salida del juego de dar vueltas y vueltas o de
saltar la cuerda, por un lado siempre hay una salida de emergencia. No dejemos
que la violencia nos engulla y nos haga seguir saltando hasta caer
desfallecidos.
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