Con sólo pensar en el mundo en el que vivimos, nos hacemos más pesados, los
pies casi empiezan a ser arrastrados por la cantidad masiva de información que
entra a nuestros ojos y acapara la mente. Creemos estar preparados para vivir
aceleradamente, para correr por doquier aunque tengamos la cabeza en otro
lugar. No nos hemos dado cuenta que nuestras almas no caminan al mismo paso,
que nuestros corazones se quedan atrás en la plaza a observar el corre, corre del mundo mientras nuestros
cuerpos marchan sin percatarse de nada. ¿Alguna vez hemos pensado en detenernos?,
¿a saborear el ruido del mundo mientras le bajamos el volumen al nuestro, para posicionarnos
como observadores, para ver los cambios y apreciarlos?, porque mientras más
rápido andemos, más detalles nos perdemos de nuestras propias vidas.
Foto de Mary Sinnot |
En los comienzos de la vida, en nuestra infancia más tierna, vivíamos presentes
en el momento y explotando nuestra creatividad; sin embargo, cuando el mundo de
hoy nos lleva a trabajar para ganarnos el pan de cada día, todo se precipita
sin darnos cuenta. Nos encontramos de pronto andando por las calles, evadiendo los obstáculos
humanos o no humanos; niños, ancianos, o aquellos que quizás necesitan ayuda. Todo
desaparece en un abrir y cerrar de ojos, y es remplazado muchas veces por
revisar el correo electrónico, quizás Facebook, o algún Twitter. Substituimos
el silencio por las prisas o las redes sociales.
Pero las redes sociales no son más que herramientas de ayuda, con las que logramos
conectarnos de una forma en la que muchos ni soñamos podríamos hacerlo; el punto
es que en el mundo de hoy, nos dejamos llevar por el exceso de información de
los medios, pues es una necesidad inherente al ser humano el mantenerse
enchufado y llenar cada uno de los rincones del día a día. Todos necesitan de
nosotros, la familia, los amigos, el jefe, y hasta nuestra civilización;
siempre respondiendo correos, incluso si se está de vacaciones, y en la noche,
antes de acostarnos, ¿qué es lo último que hacemos?, probablemente revisar todo
nuevamente, en caso se nos haya pasado cierta noticia o el último
acontecimiento de la vida de un amigo. Pero qué tal si no nos sentimos
arrastrados por las redes, si sólo revisamos nuestro correo una vez al día o al
mes, o si Facebook nos parece una pérdida de tiempo…, esto no nos convierte
instantáneamente en un observador, no nos lleva en brazos a un sitial por encima
de otros o viceversa. La perspectiva que tengamos del mundo es aquí esencial,
ya que de nada vale ubicarse en los extremos, desentenderse de la sociedad o
vivir escuchando, sin descanso, aquello que todos tienen que decir; es lógico
pensar que un nivel medio sería lo más indicado: vivir y disfrutar, sin interrupciones, el momento vivido; pero como
dije con anterioridad, la perspectiva es esencial; veámoslo con un ejemplo: dos
personas se encuentran en una playa, una ve el brillo del día y la arena blanca
bajo los pies, siente la aspereza de la arena húmeda alizar la porosidad de sus
dedos al mismo tiempo que el agua azul la remueve con las olas; la otra persona,
en cambio, se queja que la arena le molesta, que le puyan los dedos que el sol
le perfora los ojos, y que el agua, después de todo, no es tan azul como él o
ella se lo imaginaba, ¿Nos parece familiar?, cuántas veces nos hemos visto
reflejados en estas palabras, ¿quién creemos disfrutará más del momento que se
ofrece? La solución es más sencilla de lo que imaginamos, lo único que necesitamos
es detenernos un instante dentro del
movimiento del día; sentarnos en esa plaza a mirar pasar el mundo y
saborear el rumbo de la propia vida para que nuestra alma la alcance y puedan,
finalmente, fusionarse.
Para esto no se necesita hacer mucho, lo que propongo es lo siguiente: Antes
de dormir, haz el esfuerzo de no encender las pantallas de tus electrónicos,
deja que tu mente descanse del ajetreo del mundo y entre en estado de
relajación; lo mismo en la mañana, no saltes de la cama apenas suene el
despertador y mires tu teléfono para ver cómo amaneció el mundo, el mundo no se
va a ir, seguirá allí cuando te despereces y decidas finalmente levantarte. En
algún momento durante el día, durante el ir y venir de la oficina o la casa,
tómate un momento, unos minutos es suficiente, inclusive en el baño; pero intenta
no sacar el celular, lávate la cara y piensa en tu día, en todo aquello que has
observado y aquello de lo que estás agradecido o agradecida; esto también
puedes hacerlo en el tráfico de la hora pico, cuando llevas una hora de retraso
y las cornetas empiezan a aturdirte, guarda silencio un instante y mira el
movimiento, los colores que se filtran por tu ventana y que viven fuera de
ella, las sensaciones que provocan, los rostros de las personas que pasan a tu
lado (especialmente aquellos que sonríen), piensa en lo que se siente al estar vivo. Pronto
verás que con estos pocos momentos, y cuantos más quieras agregar, se comenzará
a moldear tu percepción del mundo y a hacerlo un sitio digno de ser observado y
degustado con mucha más atención.
Recuerda que, como observador, puedes detenerte y respirar a tus anchas;
así tus pies se harán más ligeros y podrás elevarte por sobre las demandas de la
sociedad.
Es increíble ver a nuestros chamos arrastrados por un celular. Prefieren amigos virtuales -los valoran más-, que a los compañeros que tienen a su alrededor. Pero quienes somos los culpables... Nosotros los adultos que nos hemos convertido en ciber-humanos. Mostramos en las redes sólo facetas de nuestra vida ideal o utópica y dejamos de lado lo que realmente es nuestro día a día, un conjunto de cosas buenas y malas.
ResponderBorrarUn beso corazón
Si nosotros somos los culpables, quizás nosotros mismos somos las respuestas. La cuestión es proponérnoslo.
Borrar